martes, 19 de octubre de 2010
un mal sueño
De la nada al viento, como las babas del diablo, como una tormenta no prevista por el servicio meteorológico, una araña de mil pedazos se apodera de la imagen, tejiendo sus telas por toda la habitación hasta desangrar los vértices y las paredes humedecidas por el tiempo. Mi ropa y mis discos desparramados por el suelo son absorbidos por los pegajosos hilos del espanto y todas mis pertenencias se adhieren como velcro al enorme arácnido que viene por mi cabeza, con sus tenazas amenazantes. Me desenredo de las sábanas como puedo, pateo mi velador para ganar tiempo en la retirada, y pienso como podría zafarme por la ventana antes que el monstruo me atrape y consiga devorarme. Entonces se me ocurre actuar como el, y comienzo a caminar por la pared del ventanal, imitando sus movimientos y sus alaridos, comienzo a desprender mi propia tela de araña de mis manos y tomo posesión de la otra mitad de la habitación. Ahora estamos en igualdad de condiciones. Ahora somos lo mismo y creo que comenzó a temerme; lo percibo en el vomitivo olor que emana de sus poros, lo veo en sus noventa ojos y en sus amagues vacilantes. Comprendo que es momento de actuar y avanzo sobre su posición. La araña retrocede. Abro mis tenazas de punta a punta y con las fuerzas de un cocodrilo aprieto su torso con mis mandíbulas. De repente, la tejedora se parte en una suerte de llanto adolorido por sus cartílagos que se quiebran en mis muelas y una masa viscosa de color grisáceo empieza a chorrear, como si se tratase de su sangre, y un destello de luz que me deja ciego sale del centro de su cuerpo hasta que explota en mil partes, quedándose toda la habitación sumergida en esa luz blanca en la que no puedo ver. Finalmente, comprendí que fue ella quien me había devorado.
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